Autoría: Claudia Alexandra Roldán Morales
Según Perelman, argumentar es influir por medio del discurso a un auditorio para que se adhiera a ciertas tesis. Lograrlo, según el autor, implica considerar las condiciones psíquicas y sociales de los sujetos a quienes se dirige. En otras palabras, quien está interesado en convencer a otro de su punto de vista debe conocer, las características del sujeto, sus creencias, valores, estatus, entre otros, información necesaria para definir los puntos de acuerdo básicos para la argumentación. Por consiguiente, es fundamental preguntarse ¿A quién se dirige la argumentación? ¿Cuál es el público objetivo? ¿Qué características tiene? Sin estas consideraciones la argumentación estaría condenada a fracasar “Pues, toda argumentación pretende la adhesión de los individuos y, por tanto, supone la existencia de un contacto intelectual” (Perelman y Olbrechts – Tyteca, 1989, p.48)
Perelman y Olbrechts – Tyteca son muy claros en afirmar que argumentar exige una serie de consideraciones. La primera, está referida al conocimiento del lenguaje, que permite que los seres humanos nos comuniquemos. Sin embargo, expresa que éste no es suficiente puesto que el conocerlo no garantiza el contacto intelectual. Según los autores, existen unas reglas tácitas que indican como establecer la comunicación y sólo se aprenden en la interacción social. Es así que, conocer el lenguaje para comunicarnos no nos habilita para argumentar, es ineludible manejar ciertas reglas sociales que están implícitas y que pretenden llevar a feliz término la comunicación. Estamos hablando de que entrar en contacto intelectual con el otro no sólo se presenta comunicándonos a través del discurso sino que es primordial el conocimiento de ciertas normas sociales que adquirimos al ser usuarios de una lengua en un contexto determinado. “para argumentar, es preciso, en efecto, atribuir un valor a la adhesión del interlocutor, a su consentimiento, a su concurso mental. Por lo tanto, una distinción apreciada a veces es la de ser persona con la que se llega a discutir” (Perelman y Olbrechts – Tyteca, 1989, p. 50)
En consecuencia es preciso considerar la opinión del otro a quien me dirijo. El orador debe tener en cuenta que el punto de vista que va a defender no es un “dogma de fe” ni está revestido de un autoridad tal que lo que dice es incuestionable y que por ende, convence a su auditorio. Recordemos que para conseguir que el auditorio se adhiera a su tesis es ineludible estar en conocimiento de los argumentos que pueden incidir en él, sus características psíquicas y sociales. La construcción de un discurso para convencer y/o persuadir debe dar cuenta de la apreciación del auditorio a quien se dirige. Bueno, si bien es cierto que en la argumentación saber ciertas reglas sociales que regulan la comunicación es necesario, no es menos cierto que es primordial ser escuchados por otros que estén dispuestos admitir casualmente nuestro punto de vista. Sobre este punto, es importante aclarar que es necesario no sólo tener en cuenta ser escuchado sino ser pertinente con el tema y con la elección de las personas con quienes nos disponemos a discutir ya que como lo dice Aristóteles, citado por Perelman y Olbrechts – Tyteca (1989: 52), hay situaciones que no merecen ser discutidas:
“no sólo –escribe él- no se puede discutir con cualquiera, sino que es preciso evitar el debate sobre ciertos asuntos. Aquellos que, por ejemplo, se plantean la cuestión de saber si es preciso o no honrar a los dioses y amar a sus padres, tienen la necesidad de una buena corrección; y aquellos que se preguntan si la nieve es blanca o no, sólo tienen que mirar”
Perelman y Olbrechts – Tyteca son muy claros en afirmar que argumentar exige una serie de consideraciones. La primera, está referida al conocimiento del lenguaje, que permite que los seres humanos nos comuniquemos. Sin embargo, expresa que éste no es suficiente puesto que el conocerlo no garantiza el contacto intelectual. Según los autores, existen unas reglas tácitas que indican como establecer la comunicación y sólo se aprenden en la interacción social. Es así que, conocer el lenguaje para comunicarnos no nos habilita para argumentar, es ineludible manejar ciertas reglas sociales que están implícitas y que pretenden llevar a feliz término la comunicación. Estamos hablando de que entrar en contacto intelectual con el otro no sólo se presenta comunicándonos a través del discurso sino que es primordial el conocimiento de ciertas normas sociales que adquirimos al ser usuarios de una lengua en un contexto determinado. “para argumentar, es preciso, en efecto, atribuir un valor a la adhesión del interlocutor, a su consentimiento, a su concurso mental. Por lo tanto, una distinción apreciada a veces es la de ser persona con la que se llega a discutir” (Perelman y Olbrechts – Tyteca, 1989, p. 50)
En consecuencia es preciso considerar la opinión del otro a quien me dirijo. El orador debe tener en cuenta que el punto de vista que va a defender no es un “dogma de fe” ni está revestido de un autoridad tal que lo que dice es incuestionable y que por ende, convence a su auditorio. Recordemos que para conseguir que el auditorio se adhiera a su tesis es ineludible estar en conocimiento de los argumentos que pueden incidir en él, sus características psíquicas y sociales. La construcción de un discurso para convencer y/o persuadir debe dar cuenta de la apreciación del auditorio a quien se dirige. Bueno, si bien es cierto que en la argumentación saber ciertas reglas sociales que regulan la comunicación es necesario, no es menos cierto que es primordial ser escuchados por otros que estén dispuestos admitir casualmente nuestro punto de vista. Sobre este punto, es importante aclarar que es necesario no sólo tener en cuenta ser escuchado sino ser pertinente con el tema y con la elección de las personas con quienes nos disponemos a discutir ya que como lo dice Aristóteles, citado por Perelman y Olbrechts – Tyteca (1989: 52), hay situaciones que no merecen ser discutidas:
“no sólo –escribe él- no se puede discutir con cualquiera, sino que es preciso evitar el debate sobre ciertos asuntos. Aquellos que, por ejemplo, se plantean la cuestión de saber si es preciso o no honrar a los dioses y amar a sus padres, tienen la necesidad de una buena corrección; y aquellos que se preguntan si la nieve es blanca o no, sólo tienen que mirar”
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